Cabecera

"No hay barrera, cerradura, ni cerrojo
que puedas imponer a la libertad de mi mente"

Virginia Woolf

domingo, 24 de noviembre de 2013

El beso en España

En España, bendita tierra, donde puso su trono el amor, solo en ella el beso encierra armonía, sentido y valor. 
La española cuando besa, es que besa de verdad, 
y a ninguna le interesa besar por frivolidad. 
A. Ortega y F. Moraleda






España ¡ay!  se me llena la boca de pronunciar este bendito nombre, de esta bendita tierra, donde todo es tan “nuestro” que hasta tenemos marca. Marca España, dicen. Y ya te digo si marca que hasta   el beso   viene con su denominación de origen y sus instrucciones de uso.

No es lo mismo, oiga Usted, que le bese una polaca, por poner un ejemplo, a que le bese una española que pondrá toda la carne en el asador. Nada que ver. Eso sí, si hay amor, que no estamos para malgastar fluidos y desde bien pequeñitas se nos aleccionaba a fuego que el caso contrario era de frescas. Pero claro, tú recibías el mensaje y luego veías a la Roy salir a cantarlo tan alegre ella y tan pidiendo guerra, guerra, guerra, que se producía un cortocircuito en tu interior difícil de explicar y las contradicciones que generaban eran dignas de diván y psicoanálisis por la vía de urgencia. Y a ellos ni te cuento, les quedaba clarísimo cómo habría de ser la madre de sus hijos pero en realidad quienes de verdad les gustaban eran esas suecas cabezas locas, llenas de risas y de ganas de vivir. Luego salían de paseo con la española de raza tan ¡Arriba, España!, tan wonderbra, no hay más que ver esos Playtex que me gastaban por la época, para luego, allá penas, volverse para su santa casa sin haber probado cacho y más calientes que el asfalto de Georgia. Carne de psicoanálisis también.

Menuda comedura de tarro (claro, de qué iba a ser) de unos y otras generaba tanta instrucción mariana y tanta salvaguarda del honor patrio.

Vale, no entraré en todas las connotaciones sociales y políticas que tiene el caso pues aunque parezca mentira las tiene y las seguimos arrastrando con sus consecuencias consecuentes de esta doble moral donde se mezclaba una educación represora con una libidinosa conciencia. Consecuencias sobre todo para la mujer y la imagen que se supone tiene que mostrar, aún hoy.

Sí me pararé en los peligros del beso, de ese beso como dios manda, claro está, si no cuál. 

Siento comunicar que no solo aquí se consideraba pecaminoso y la antesala del infierno. Nuestros vecinos continentales no se libraban tampoco de su poquito de represión. Imposible olvidar ese final de Cinema Paradiso  hecho con todos los trocitos de todos los besos robados por el cura a su parroquia.






¿Hay alguien capaz de no estremecerse al ver estas imágenes? Cierto es que  Ennio Morricone  hizo mucho porque no quedara títere con cabeza y no hubiera hijo de vecino que no llorara al verlo.

A lo que iba, no estaba de más que se previniera ante tan importante acontecimiento pues salir indemne de un encuentro así (con el tiempo nos dimos cuenta) puede resultar casi imposible. Alguien sale herido, seguro.

Os alertaré yo también para que levantéis cuantas barreras podáis.

Con un beso el intercambio de información es tan grande que ni el mejor ADSL puede competir con él. En apenas segundos sabemos qué compatibilidad tenemos con nuestro besador y el futuro que tiene ese contacto carnal. Aunque he de decir que el haberse besado con la mirada con anterioridad ya va dando alguna señal al respecto. Gabriela Mistral  lo sabe:

Hay besos que pronuncian por sí solos la sentencia de amor condenatoria, hay besos que se dan con la mirada, hay besos que se dan con la memoria.
Hay besos silenciosos, besos nobles, hay besos enigmáticos, sinceros, hay besos que se dan sólo las almas, hay besos por prohibidos, verdaderos.

Ahí lo tenéis, cuanto más prohibido más rico y más auténtico es, o lo parece, porque te la juegas a una carta, te pilla con la guardia bajada y consigue estallar en tu pecho como una bomba racimo e invadir cada recodo de tu persona. Y solo es un beso, imaginaros el resto. Bueno, mejor no, no vayáis a poneros mu’ malitos.

El beso siempre es un atrevimiento, una explosión, pura dinamita.

Y para mí que no tiene patria, ni padre, ni madre, ni reconoce a su abuela cuando el objetivo está identificado y las posiciones situadas como si no hubiera un mañana.

Y eso es todo lo que os quería decir hoy.


Cuidadito con un beso de esos.




domingo, 17 de noviembre de 2013

Casi, casi

Partiendo de la nada alcancé las más altas cimas de la miseria. 


Tenía yo una compañera en la Universidad que cuando alguien contestaba “casi” ella añadía “ahora falta el otro casi”, consiguiendo siempre un respetuoso silencio ante tan impepinable afirmación. Tenía razón, hasta que no se dé la última puntada, el último paso, nada puede darse por realizado.

Vale, venga, durante unos días hasta tener el otro casi peinadito y perfumado no os trasladaré mi sinvivir con el lanzamiento del nuevo proyecto, os dejaré tranquilos  …ya casi (:


Estos últimos días, al hilo de mi último post que hablaba de mieditis, entre paracetamoles y algún que otro insomnio me puse a  Wilco  y me dije, ahí está, todo un arte:





A veces no es que no demos el paso o nos acobardemos, a veces simplemente es que nos quedamos cortos, somos víctimas de la procrastinación (menudo palabro) y de casi tocar el cielo la cosa se queda a la altura del betún o de la Nada. Agua de borrajas. Dimos el paso pero…

En ocasiones eso no es lo peor, aún más grave es que retrocedamos y ahí nos atrincheremos que es lo que parece que quieren conseguir ahora nuestros políticos: retrotraernos a la miseria y la incultura de la que veníamos.


Tengo la sensación de que nos están llevando de vuelta a la calle Aribau de donde salió un día Andrea hacia su libertad.

¡Cuántos días sin importancia!

Así comenzaba el cuarto capítulo de  Nada  de Carmen Laforet  donde con una asombrosa lucidez para su edad dejó constancia de esa especie de enajenación colectiva que vivía España en la posguerra. Retrató un universo humano muy problemático, lleno de odios y tensiones que maceraba concentrado en su familia de la calle Aribau y que desembocaba en la nada.

¡Cuántos días inútiles! Días llenos de historias, demasiadas historias turbias. Historias completas, apenas iniciadas e hinchadas ya como una vieja madera a la intemperie. Historias demasiado oscuras para mí. Su olor, que era el podrido olor de mi casa, me causaba cierta náusea…

¿No os suena familiar?
¿No os huele a podrido?
¿No sentís el olor de la madera hinchada?

Pero al final: nada.

Frente a esta realidad, aparecía la Universidad, el conocimiento, el intercambio de ideas, los amigos. ¡Aire!

Sólo aquellos seres de mi misma generación y de mis mismos gustos podían respaldarme y ampararme contra el mundo fantasmal de las personas maduras.

En esta ambivalencia vivía Andrea, entre la angustia de poder sentirse mejor que todos ellos o quedarse en la nada.

Conmovedoramente actual todo lo que nos cuenta Laforet en apenas nada.

En esta ambivalencia vivimos ahora entre defender el derecho al pensamiento, a la educación, al intercambio cultural (léase Erasmus) o seguirles la corriente, aceptar sus reglas, volver a ser un país pazguato, estancado, empobrecido y cutre. Casi lo consiguen pero en nosotros está que se llegue al otro casi.


Casi, casi, nada.



Un señor de la calle Aribau

jueves, 7 de noviembre de 2013

Quién dijo miedo

Para quien tiene miedo, todo son ruidos. 
Sófocles







A unas semanas tan solo del lanzamiento del proyecto en el que llevamos meses pensando y trabajando (como ya todos sabéis por esta expectación que intento crear ;) y en este último tramo, será por Halloween o por culpa del gobierno, será por los eclipses o por que ha temblado la tierra, pero el caso es que lo que más me preguntan ahora es si tengo  miedo.  Y, francamente, no lo sé. Yo diría que no. 

Debe ser por esta dosis de inconsciencia con la que me dotó la Naturaleza y que me rodea como una película protectora, o tal vez porque las ganas de parirlo y comenzar a alimentarlo son más fuertes que los temores que a veces asaltan.




Yo no sabía cómo se podía materializar el miedo en la vida de alguien hasta que un buen día decidí irme una temporada a Londres con un billete de ida y el dinero justo, dejando aquí estudios, pareja, familia, amigos. Ante esta decisión alguien muy cercano me dijo: “eres la persona más valiente que conozco”. Yo no consideré que eso fuese un acto de valentía, ahora con el tiempo sé que lo fue pero por entonces solo era una opción más de las que tenía por delante y que quise vivir. Simplemente el miedo, si lo había, no era la respuesta. Me sorprendió verlo en los ojos de los demás ante mi decisión.

el miedo es una fuerza que me impide andar

Había llegado un momento de inflexión en el que debía tomar varias decisiones importantes para continuar mi vida, cuando todavía no sabía muy bien quién era yo y qué quería que fuera mi vida. No resultaba fácil saberlo sin poder encontrarme a solas. Algo de esto comentamos cuando hablamos de identidad. El ruido de fuera puede conseguir ahogarte de tal manera que llegue a desdibujarte y te reconozcas a duras penas en tus actos diarios.

Ahora, a un mes (más o menos) de que el proyecto que estamos desarrollando vea la luz y que nos encontramos en un sinvivir, vuelvo a oír de nuevo esas palabras sobre el miedo y el valor, y después de los años que ya han pasado sigo pensando que el miedo, si lo hay, no es la respuesta.

el miedo es la palanca que apagó la vida 

Son días de mucho miedo en general. Vivimos la época del miedo y de la indefensión aprendida. Mucha gente se queda sin trabajo completamente desnortados y los que aún conservan su empleo prefieren no hacer ningún movimiento en falso no vaya a ser que sean los próximos.

Ya nos tienen donde querían.

Nada mejor que insuflar el miedo en la gente para que no alcen la voz y acepten con resignación estoica cualquier cambio que les perjudica tanto si se tiene empleo como si no se tiene, no vaya a ser que en un arrebato la liemos aún más, quién sabe, quizá si no nos revolvemos demasiado todo empiece a mejorar. 

Y mientras los gerifaltes hacen y deshacen en aras del capital y su avaricia.

tienen miedo de decir y miedo de escuchar 

El miedo nos domestica y paraliza. El miedo es lo malo conocido antes que lo bueno por conocer, por malo que sea lo conocido. El miedo no arriesga, no se equivoca. El miedo nos encierra y, a pesar de que solo tenemos una vida que el tiempo pasa y que sabemos que de nada servirá arrepentirnos por no haber actuado a tiempo, le cedemos la partida y la vida. Y de este modo nos equivocamos por temor a equivocarnos.


miedo que da miedo del miedo que da