Partiendo de la nada alcancé las
más altas cimas de la miseria.
Tenía yo una compañera en la Universidad que cuando
alguien contestaba “casi” ella añadía “ahora falta el otro casi”, consiguiendo siempre
un respetuoso silencio ante tan impepinable afirmación. Tenía razón, hasta que
no se dé la última puntada, el último paso, nada puede darse por realizado.
Vale, venga, durante unos días hasta tener el
otro casi peinadito y perfumado no os trasladaré mi sinvivir con el lanzamiento
del nuevo proyecto, os dejaré tranquilos …ya casi (:
Estos últimos días, al hilo de mi último post
que hablaba de mieditis, entre paracetamoles y algún que otro insomnio me puse
a Wilco y me dije, ahí está, todo un arte:
A veces no es que no demos el paso o nos
acobardemos, a veces simplemente es que nos quedamos cortos, somos víctimas de
la procrastinación (menudo palabro) y de casi tocar el cielo la cosa se queda a
la altura del betún o de la Nada. Agua de borrajas. Dimos el paso pero…
En ocasiones eso no es lo peor, aún más grave
es que retrocedamos y ahí nos atrincheremos que es lo que parece que quieren
conseguir ahora nuestros políticos: retrotraernos a la miseria y la incultura
de la que veníamos.
Tengo la sensación de que nos están llevando de
vuelta a la calle Aribau de donde salió un día Andrea hacia su libertad.
¡Cuántos días sin importancia!
Así comenzaba el cuarto capítulo de Nada de
Carmen Laforet donde con una asombrosa lucidez para su edad dejó constancia de
esa especie de enajenación colectiva que vivía España en la posguerra. Retrató
un universo humano muy problemático, lleno de odios y tensiones que maceraba concentrado
en su familia de la calle Aribau y que desembocaba en la nada.
¡Cuántos días inútiles! Días llenos de historias, demasiadas historias turbias. Historias completas, apenas iniciadas e hinchadas ya como una vieja madera a la intemperie. Historias demasiado oscuras para mí. Su olor, que era el podrido olor de mi casa, me causaba cierta náusea…
¿No os suena familiar?
¿No os huele a podrido?
¿No sentís el olor de la madera hinchada?
Pero al final: nada.
Frente a esta realidad, aparecía la
Universidad, el conocimiento, el intercambio de ideas, los amigos. ¡Aire!
Sólo aquellos seres de mi misma generación y de mis mismos gustos podían respaldarme y ampararme contra el mundo fantasmal de las personas maduras.
En esta ambivalencia vivía Andrea, entre la
angustia de poder sentirse mejor que todos ellos o quedarse en la nada.
Conmovedoramente actual todo lo que nos cuenta
Laforet en apenas nada.
En esta ambivalencia vivimos ahora entre
defender el derecho al pensamiento, a la educación, al intercambio cultural
(léase Erasmus) o seguirles la corriente, aceptar sus reglas, volver a ser un
país pazguato, estancado, empobrecido y cutre. Casi lo consiguen pero en
nosotros está que se llegue al otro casi.
Casi, casi, nada.
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