El 25
de septiembre de 1985 de repente estas palabras se cruzaron en mi vida:
Yo quiero vivir en un mundo sin excomulgados. No excomulgaré a nadie. No le diría mañana a ese sacerdote: “No puede bautizar a nadie porque es anticomunista”. No le diría al otro: “No publicaré su poema, su creación, porque usted es anticomunista”. Quiero vivir en un mundo en que los seres sean solamente humanos, sin más títulos que ese, sin darse en la cabeza con una regla, con una palabra, con una etiqueta. Quiero que se pueda entrar en todas las iglesias, a todas las imprentas. Quiero que no esperen a nadie nunca más a la puerta de la alcaldía para detenerlo y expulsarlo. Quiero que todos entren y salgan del Palacio Municipal, sonrientes. No quiero que nadie escape en góndola, que nadie sea perseguido en motocicleta. Quiero que la gran mayoría, la única mayoría, todos, puedan hablar, leer, escuchar, florecer. No entendí nunca la lucha sino para que esta termine. No entendí nunca el rigor, sino para que el rigor no exista. He tomado un camino porque creo que ese camino nos lleva a todos a esa amabilidad duradera. Lucho por esa bondad ubicua, extensa, inexhaustible. De tantos encuentros entre mi poesía y la policía, de todos estos episodios y de otros que no contare por repetidos, y de otros que a mí no me pasaron, sino a muchos que ya no podrán contarlo, me queda sin embargo una fe absoluta en el destino humano, una convicción cada vez más consciente de que nos acercamos a una gran ternura. Escribo conociendo que sobre nuestras cabezas, sobre todas las cabezas, existe el peligro de la bomba, de la catástrofe nuclear que no dejaría nadie ni nada sobre la tierra. Pues bien, esto no altera mi esperanza. En este minuto crítico, en este parpadeo de agonía, sabemos que entrará la luz definitiva por los ojos entreabiertos. Nos entenderemos todos. Progresaremos juntos. Y esa esperanza es irrevocable.
Había caído en mis manos Confieso que he vivido de Pablo Neruda y al llegar a este párrafo, justo en ese momento yo, que nunca
en mi vida había recibido una directriz política de nadie, supe de qué lado
estaba y creo que no me equivoco si ahora afirmo que fue justo a partir de ese
día cuando ya no pude quedarme al margen de lo que me rodeaba. Seguramente fue
una especie de revelación. Seguramente fue mi nacimiento político.
Tenía un vago y dulce recuerdo de Neruda de mi
época del colegio, de cuando ya estaba casi terminándolo que fue cuando murió
mi abuela, y me pasé unos días sin ir a clase. En esos días tristes y
silenciosos de mi casa me dediqué a estudiar el examen de Literatura que al
regresar el maestro me hizo a mí sola por haber faltado. Me puso en un rincón y
me dijo: "escribe sobre Neruda". El corazón me dio un vuelco, me lo sabía del
tirón, como se estudiaba entonces, supongo que como se hace también ahora, eché a rodar y
recuerdo que comencé escribiendo:
Neftalí Ricardo Reyes es el verdadero nombre del poeta chileno conocido como Pablo Neruda
Bordé el examen y me gané un diez, no era yo de
demasiados sobresalientes, así que lo atribuí a la influencia celestial de mi
abuela que me lo dejó de despedida como también me dejó el pelo rizado, hasta
ese momento liso.
Cuando volví a toparme con él en Confieso que
he vivido y en Residencia en la tierra, yo ya más mayor y con más preguntas,
fue enriquecedor entenderle mejor y reconocerme en él. Me dio instrumentos para
el pensamiento, razones para la vida y corazón para amar.
Más tarde, desemboqué en su poesía y sin ser
demasiado original comencé con sus 20 poemas de amor y una canción de desesperada que era lo que leíamos todas al comenzar en la Universidad pero yo era
demasiado joven y estaba demasiado enamorada como para aceptar ese final y me
resistí a creerlo, para luego años más tarde agarrarme a él como a un clavo y dejar
que me atravesara como una espada.
Hace unos días se cumplieron 40 años de su
muerte, aún sin aclarar, y aquí quiero dejar mi pequeña memoria de su paso por
mi vida, de su compañía en ciertos momentos, su amor por las palabras y de esa inquebrantable
manera de estar en el mundo que me sigue guiando y mostrando el camino.
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