Puede que yo sea algún conde o
algún general, y que sólo así paso por un consejero titular. Quizá ignore yo
mismo quién soy.
Nicolai Gogol, “Diario
de un loco”
Y ahí vamos, a meternos de nuevo en un jardín.
Sino decidme si no es complicado llegar a saber
quiénes somos y llegar a construir nuestra identidad con armonía.
Constantemente me hago muchas preguntas (hay
quien piensa que demasiadas) y en estas cavilaciones ando desde que el jueves
pasado fui al Matadero a ver una maravillosa puesta en escena de Diario de un
loco, donde un José Luis García Pérez abierto en canal y en estado de gracia,
nos presenta a Aksenti Ivanovich, un funcionario de medio pelo ruso que poco a
poco va perdiendo el juicio ahogado en una realidad que no se corresponde con
sus ilusiones vitales, amorosas, sociales.
No resulta difícil identificarse con los
procesos mentales que este hombre va mostrando, resultan inquietantemente
familiares, todos estamos constantemente dándole vueltas al tarro y dándonos
respuestas balsámicas a cuestiones que se nos escapan o simplemente no queremos
enfrentar.
Cuando la realidad que nos rodea se hace
especialmente hostil o triste muchas veces tendemos a maquillarla o a ignorarla
y, en ocasiones, esto termina explotando en el choque con nuestra propia
fragilidad. Vivir duele.
La construcción de la identidad siempre se hace
en el reconocimiento que encontramos en los otros y está compuesta de varios
aspectos: el aspecto físico y psicológico, la sociedad en la que se vive, el
género, los valores. Su combinación a lo largo de los años y las experiencias
es lo que nos hace únicos e irrepetibles. Pero si en todo este proceso la libertad individual de cada uno se ve cercenada y sin vías de escape, la
imaginación comienza a obrar y a crearnos universos paralelos que nada tienen
que ver con la realidad y es muy posible que rocemos la locura, tonteemos con
ella o incluso caigamos en sus redes.
Un momento clave para conformar la identidad se
da en la adolescencia donde comenzamos a perder pie, ya no somos niños, no
somos adultos y no sabemos bien qué carajo somos o qué carajo queremos llegar a
ser. Momento peliagudo donde aparece el cuestionamiento de la autoridad y la
rebeldía ante los porque sí. Otros momentos de igual calibre donde nos
desdibujamos para volvernos a reconocer son las crisis en la familia o en la pareja,
la elección del trabajo o de domicilio. Vivir supone estar en un continuo cuestionamiento
de nuestro ser. De las respuestas que
nos demos dependerá el grado de satisfacción y de felicidad que arrojemos a
nuestra vida.
Lo que a mí más me ha impactado del texto de Gogol, magistralmente interpretado por José Luis García Pérez que nos presenta
a un ser tierno, vulnerable, en completo delirio en respuesta a un entorno
hostil, es el choque del ser humano y sus circunstancias y cómo estás pueden
llegar a ser asfixiantes hasta el punto de llegar a perder la razón.
Ortega y Gasset lo expresó como nadie:
“Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”
“la realidad circundante forma la otra mitad de mi persona”
Como me explico, interactúo y me relaciono en
el mundo es lo que me va a dar la clave y me llevara a mi propio conocimiento y
a mi destino radical.
Difícil empresa la de estar en el mundo y tener
plena conciencia de ello. Difícil empresa la de llegar a ser uno mismo sin
maquillajes ni disimulos. Difícil empresa esa búsqueda en los límites de la
locura, quien más quien menos se reconoce en esa bajada a los infiernos.
Al final la recompensa será uno mismo.