“No
hay para mí distracción más agradable
que la conversación libre de un amigo”
David Hume
En lo que va de verano he tenido tres veces la
misma conversación con personas distintas y en ninguno de los tres casos he
sido yo la que puso la cuestión sobre la mesa. El tema de la conversación era la conversación en sí misma y lo difícil que resulta en ocasiones encontrar a alguien
con quien hablar. Quienes me conocéis bien os imaginaréis que justo cuando
salió este tema la noche se tornó interesante para mí.
No sé si me entendéis,
hablar hablamos todos, pero dialogar y conversar…
¿Cuántas buenas
conversaciones habéis tenido últimamente?
Conversaciones de verdad de esas en
las que te escuchan y en las que escuchas, dialogas, y al final el tiempo ha
volado y acabas con una gratificante sensación de intercambio solo comparable a
un buen polvo ;)
Hay veces que das con personas que solo quieren
escuchar el sonido de su propia voz, simplemente no escuchan y desesperan de
impaciencia por contar “su” verdad. Otras veces el interés está en el despelleje
o el cotilleo, en señalar al vecino (alguna vez le he visto su gracia)
Pensé que
esto era una preocupación muy mía, o un aburrimiento muy mío, sentir este
hastío y desinterés absoluto por el último expulsado de Gran Hermano o por cualquier
romance o divorcio televisado y orquestado en nuestra televisión embrutecida.
¿Cómo
puede ser de interés de alguien el último vahído de Belén Esteban?
Pues lo es,
y ocupa nuestro tiempo, nuestro preciado tiempo.
Aunque esto, planteado así,
también podría ser muy bien el inicio de una interesante conversación, no me
refiero al último modelito de la susodicha sino a la repercusión que esto tiene
y sus consecuencias fatales para el estado mental general.
Una buena conversación empieza como empiezan
todas, con tonterías, con bobadas como las del anterior párrafo, saltar de ese
paso tirando del hilo y trazar un camino que propicie la expresión de nosotros
y de los demás ya no es tan común. Por lo general no pasamos de esa fase, nos
quedamos en razonamientos infantiles y poco elaborados por miedo a lo que
podemos encontrar detrás. Saltar esta barrera supone mostrarnos tal cual, perder
el miedo a que nos escuchen y a lo que vamos a escuchar del otro, a no utilizar
subterfugios que nos impidan mostrarnos. Gran oportunidad para la empatía y para el enriquecimiento
mutuo aún en las diferencias.
No estoy muy de acuerdo con la afirmación de Truman
Capote. No abundan pero no creo que escaseen las personas inteligentes, lo que ocurre es que la
gran mayoría, por comodidad, han renunciado a pensar demasiado porque pensar es peligroso (volvemos a Arendt),
y tal cual está el panorama más. Quizá esto las haga un pelín menos inteligentes.
Según me planteaba esta entrada me he acordado
de un libro que me leí hace mucho y que está cuajado de buenísimas e
interesantísimas conversaciones.
En realidad todo el libro es una larga
conversación entre un profesor y su alumno.
Martes con mi viejo profesor de
Mitch Alborn está basado en las conversaciones que el propio autor mantuvo con
su profesor de Sociología, Morrie Schwartz, que se convirtió poco a poco en su
mentor y gran amigo. A lo largo del
libro ríen, dialogan, discuten de todos los grandes temas que a todos nos
ocupan y preocupan. Ahora que me lo estoy releyendo me doy cuenta de por qué me
gustó tanto en su momento. Saborear el presente, cuidar los afectos y poner
menos énfasis en los bienes materiales, son sabios consejos de un profesor que
con un pie en la tumba se niega a dejar de vivir ni un solo día de los que le
quedan.
Alguna vez me han recriminado que a pesar de lo
mucho que aquí escribo no hablo mucho, que soy calladita, vaya. No estoy de
acuerdo, pero lo mismo me columpio hoy rompiendo lanzas en aras del arte de la
conversación cuando aún yo tengo mucho que aprender. Me pongo a ello ya mismo.
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